miércoles, 10 de abril de 2024

José Juan Tablada traducido por Samuel Beckett


  

LOS GANSOS


Por nada los gansos

tocan alarma

en sus trompetas de barro.


The geese on their

clay trumpets sound

false alarms.

 

LA TORTUGA


Aunque jamás se muda,

a tumbos, como carro de mudanzas

va por la senda la tortuga.

 

Although he never stirs from home

the tortoise, like a load of furniture,

jolts down the path.

 

HOJAS SECAS


El jardín está lleno de hojas secas

nunca vi tantas hojas en sus árboles

verdes, en primavera.

 

The garden is thick with dry leaves:

on the trees I never saw

so many green, in spring…

 

LOS SAPOS


Trozos de barro,

por la senda en penumbra

saltan los sapos.

 

Lumps of mud, the toads

along the shady path

hop…

 

MARIPOSA NOCTURNA


Devuelve a la desnuda rama,

nocturna mariposa,

las hojas secas de tus alas.

 

Restore to the bare bough,

nocturnal butterfly,

the dry leaces of your wings!

 

EL RUISEÑOR


Bajo el celeste pavor

delira por la única estrella

el cántico del ruiseñor.

 

The nightingale beneath

the awe of heaven raves

its psalm to the sole star.



                              De Un día…Poemas sintéticos, 1919.


HONGO


Parece la sombrilla

este hongo policromo

de un sapo japonista.

 

The multicolored mushroom seems

a Japanese toad´s

parasol.


LIBÉLULA


Porfía la libélula

por emprender su cruz transparente

en la rama desnuda y trémula…

 

The dragonfly strives patiently

to fasten its transparent cross

to the bare and trembling bough.

 

VUELOS


Juntos, en la tarde tranquila

vuelan notas de Ángelus,

murciélagos y golondrinas.

 

Mingled, in the quiet evening,

chimes of angelus and bats

and swallows fly.


 SANDÍA


¡Del verano, roja y fría

carcajada,

rebanada

de sandía!

 

Red cold

guffaw of summer,

slice

of watermelon!


                              De El jarro de flores, 1922.

 

martes, 9 de abril de 2024

Samuel Beckett, traductor de poesía mexicana

 



Gastón Baquero


Llevaba tiempo el Nobel sin posarse en la frente de alguien absolutamente indiscutible y exento de presiones ambientales, raciales o políticas. Ya que parece que dejarán morir a Ezra Pound sin el premio -en el fondo, está pagando una interpretación demasiado literal del poema del Cid y de sus lecturas juveniles de los clásicos españoles-, alegra que, por lo menos, el premio no vaya a uno de esos señores de quienes hay que buscar explicaciones e intrusiones extraliterarias: que si el año pasado dieron a Rusia su disgusto, que si la raza amarilla está disgustada, que si a Borges no se le puede dar porque, igual que Rómulo Gallegos, no aplaude la tiranía cubana…

Samuel Beckett es lo que podemos llamar un Nobel sin muletas, un Nobel por sí mismo, por su sola e imponente obra. Personalmente debo confesar que Samuel Beckett es una de las pocas personas que me dan miedo. Desde que vi en París “Esperando a Godot”, decidí dos cosas con este hombre: no perderme ninguno de sus libros y no permitirle nunca “entrar” en mi mundo interior. Viene de Kafka en ciertos aspectos, pero en Kafka hay siempre una teología, una grandeza del hombre, aun cuando sea víctima de fuerzas terribles e inexorables. En Beckett, la humillación del hombre ante el vacío, la aturdida condición del pobre ser humano, pedalea en torno a un absurdo tan devastador y absoluto, que resulta terriblemente penoso admitirlo.

Pero de lo que me propongo hablar en esta pequeña nota de actualidad no es del “caso” Beckett, ni de su significación en las letras contemporáneas (es uno de los autores más imitados, más saqueados y, por lo mismo, de los menos citados), sino de un aspecto poco conocido suyo: el de traductor de poesía escrita en lengua española. A Beckett se le debe nada menos que la traducción de toda una antología de poesía mexicana. Se cumplía así un deseo de la UNESCO, que encarga a grandes figuras unas traducciones, consciente de que el solo nombre de los autores hispanoparlantes, en algunos casos, no dice bastante a los lectores europeos. Así, “Enriquillo” del dominicano Galván (una de las novelas más proespañolas escritas en América) fue traducida por Robert Graves, y las poesías de Gabriela Mistral fueron traducidas por el gran poeta negro americano Langston Hughes. Para la poesía mexicana se escogió a Samuel Beckett. Estimo que sus traducciones resultan muy literales, acaso por afán de fidelidad, que éste es un problema eterno de la traducción, y más en poesía. De la meticulosidad con que trabajó este libro Beckett nos da cuenta, primero, esa fidelidad asombrosa, ese “al pie de la letra” que se observa, y luego, su declaración de que el texto fue revisado por Gerald Brenand. (A ese se le debe, como es sabido, uno de los libros más bellos sobre Andalucía, el titulado “Al sur de Granada, donde, entre otras cosas, hallamos rastros de la visita de Virginia Woolf a España.) pero la poesía es la poesía, y una traducción lo que puede entregar es una noticia del rumbo que se encierra en el poema, pero casi nunca del poema mismo.

Veamos una pequeña muestra de Beckett traductor en un fragmento del conocidísimo soneto "No me mueve mi Dios para quererte", que es habitual en América adjudicarlo a Miguel de Guevara, el michoacano. Donde el poeta pone: "No me tienes que dar porque te quiera, / pues aunque lo que espero no esperara, / lo mismo que te quiero te quisiera"; Beckett traduce: "I need no gift of thee to make me love thee, / for though my present hope werw all despair, / as now I love thee I should love thee still". Y otra vez comprobamos la fidelidad en el famoso piropo de don Francisco A. de Icaza a Granada: "Dale limosna, mujer, / que no hay en la vida nada / como la pena de ser / ciego en Granada"; aquí Beckett pone: "Woman, give him alms, / for in life there is nothing / so terrible as being / eyeless in Granada." Los tropiezos mayores están, lógicamente, al llegar a poetas como Ramón López Velarde, uno de los seis u ocho poetas-poetas que ha dado nuestra América. Pero de todos los autores sale Beckett mostrando por lo menos una enorme voluntad de acertar, y una seriedad absoluta en su oficio. Creo que éstas son características constantes de toda su obra. La elección de poemas fue obra de Octavio Paz. No hay más que decir. 



martes, 2 de abril de 2024

Octavio Paz

 

José Lezama Lima

 

En el chisporreo del remolino

el guerrero japonés pregunta por su silencio,

le responden, en el descenso a los infiernos,

los huesos orinados con sangre

de la furiosa divinidad mexicana.

El mazapán con las franjas del presagio

se iguala con la placenta de la vaca sagrada.

El pabellón de la vacuidad oprime una brisa alta

y la convierte en un caracol sangriento.

En Río el carnaval tira de la soga

y aparecemos en la sala recién iluminada.

En la Isla de San Luis la conversación,

serpiente que penetra en el costado como la lanza,

hace visible las farolas de la ciudad tibetana

y llueve, como un árbol, en los oídos.

El murciélago trinitario,

extraño sosiego en la tau insular,

con su bigote lindo humeando.

Todo aquí y allí en acecho.

Es el ciervo que ve en las respuestas del río

a la sierpe, el deslizarse naturaleza

con escamas que convocan el ritmo inaugural.

Nombrar y hacer el nombre en la ceguera palpatoria.

La voz ordenando con la máscara a los reyes de Grecia,

la sangre que no se acostumbra a la tenaza nocturnal

y vuelve a la primigenia esfera en remolino.

El sacerdote, dormido en la terraza,

despierta en cada palabra que flecha

a la perdiz caída en su espejo de metal.

El movimiento de la palabra

en el instante del desprendimiento que comienza

a desfilar en la cantidad resistente,

en la posible ciudad creada

para los moradores increados, pero ya respirantes.

Las danzas llegaron con sus disfraces

al centro del bosque, pero ya el fuego 

había desarraigado el horizonte.

La ciudad dormida evapora su lenguaje,

el incendio rodaba como agua

por los peldaños de los brazos.

La nueva ordenanza indescifrable

levantó la cabeza del náufrago que hablaba.

Sólo el incendio espejeaba

el tamaño silencioso del naufragio.



lunes, 1 de abril de 2024

Octavio Paz, lector de Freud

 


Rubén Gallo


De todos los libros publicados por Freud, el que más influencia tuvo en México fue Moisés y la religión monoteísta. Frida Kahlo lo leyó y en 1945 pintó un cuadro –Moisés– que intenta darle una forma pictórica a los argumentos de Freud sobre la historia del judaísmo. Unos años después, a fines de la década de los cuarenta, un Octavio Paz muy joven se topó con el Moisés de Freud y, al igual que Kahlo, se propuso crear una nueva obra inspirada por esta lectura. El diálogo que Paz entabló con Freud culminó con la publicación, en 1950, de El laberinto de la soledad.

En una entrevista con Claude Fell, Paz recordó la fuerte impresión que le causó Moisés y la religión monoteísta. “El estudio de Freud sobre el monoteísmo judaico”, contó, fue el detonador de su reflexión sobre ese “mundo de represiones, inhibiciones, recuerdos, apetitos y sueños que ha sido y es México”. La revelación de Paz es una invitación a leer El laberinto de la soledad como una versión mexicana del Moisés y la religión monoteísta de Freud.

El laberinto de la soledad es un ensayo acerca de la identidad mexicana, uno de tantos libros acerca del carácter nacional publicados en la primera mitad del siglo XX. Paz fue el primero en usar las ideas freudianas para explicar la cultura mexicana. En ocho capítulos, El laberinto... analiza varios “mitos” mexicanos, desde la popularidad de las máscaras hasta el Día de Muertos, y ofrece una perspectiva general de la historia del país, desde la Conquista hasta la década de 1940.

Pero, ¿cómo se relaciona El laberinto... con el Moisés... de Freud? A pesar de que la temática de ambos libros no podría ser más distinta –uno es un libro acerca de la identidad mexicana; el otro, un análisis acerca del surgimiento del monoteísmo– hay una serie de semejanzas sorprendentes entre los dos. Freud escribió Moisés... durante la década de los treinta; Paz escribió El laberinto... pocos años después, en la década de los cuarenta. Ambos son libros escritos en el exilio: Freud terminó su libro en Londres; Paz elaboró la mayor parte de su ensayo en París, mientras trabajaba en la embajada mexicana. Tanto Moisés... como El laberinto... son autobiografías veladas; ambos autores analizan la identidad cultural desde una posición marginal: Freud vivía en un país de habla alemana pero se consideraba a sí mismo un “judío sin dios”; Octavio Paz nació en México, pero pasó parte de su infancia y un periodo muy importante de su vida adulta viviendo en el extranjero –una experiencia que, como relata en Itinerario, le valió ser acusado de ser extranjero en su propio país–. Ambos, Moisés... y El laberinto... son exploraciones de una subjetividad compleja, que no encaja dentro de los paradigmas ortodoxos de la identidad nacional, cultural o religiosa.

Pero hay una diferencia decisiva entre los dos libros: El laberinto... es el primer gran libro de Paz, mientras que Moisés... fue el último de Freud. El primero es una obra de juventud –Paz tenía 36 años cuando publicó El laberinto...–, y el segundo fue un testamento, una despedida escrita por un hombre de 83 años que se estaba muriendo de cáncer. Las diferencias de estilo y de tono entre ambos libros constituyen un buen ejemplo de lo que Edward W. Said ha de nido como el “estilo tardío”.

A diferencia de Kahlo, Paz se enfocó en las ideas teóricas, en la interpretación psicoanalítica que Freud hizo de la civilización –un proceso marcado por traumas, represiones y ansiedades inconscientes–, y aplicó este modelo al análisis de la historia de México.

Paz adaptó la noción freudiana de transmisión logenética, la posibilidad de que los recuerdos y los traumas puedan ser transmitidos inconscientemente de una generación a la siguiente. En Moisés, Freud propone que cada individuo posee una “herencia arcaica... que comprende... huellas mnemónicas de las vivencias de las generaciones anteriores”, una “propiedad heredada” que “solo precisa ser reanimada, pero no adquirida”. En su ensayo Paz aplica esta idea a la historia mexicana al analizar la persistencia de huellas inconscientes –principalmente la soledad, el tema central del ensayo– desde la Conquista hasta el siglo XX. Al igual que las ruinas mnemónicas de Freud, la soledad parece ser una condición heredada, que elude a la consciencia y produce efectos psíquicos terribles.

El laberinto de la soledad sigue el argumento de Moisés y la religión monoteísta de manera muy cercana. Hay tres conceptos clave que Paz toma del ensayo de Freud en su análisis de la historia mexicana: el complejo de Edipo, el concepto de Geistigkeit (es decir: la idea de que hay un avance en la intelectualidad) y, por último, la teoría del malestar en la cultura.

La lectura que hizo Paz de Moisés y la religión monoteísta es parte de una tendencia más amplia: en la primera mitad del siglo XX un gran número de intelectuales latinoamericanos usaron el psicoanálisis como modelo para pensar la identidad nacional. Figuras como el mexicano Samuel Ramos, los peruanos Honorio Delgado y José Carlos Mariátegui o el argentino Ezequiel Martínez Estrada buscaron en los escritos de Freud las herramientas conceptuales para analizar la historia y la cultura de sus naciones. En esos años, el psicoanálisis se ubicó como el modelo preferido para sondear la cultura nacional, para diagnosticar sus patologías y proponer soluciones terapéuticas. Pero el caso de México es único: solamente en nuestro país la identidad nacional fue pensada con base en un texto sobre el judaísmo. El laberinto de la soledad bien pudo haberse llamado El laberinto de la soledad judía


Letras Libres, 26 de enero de 2020 (versión breve del capítulo “Monoteísmos” del libro Freud en México: historia de un delirio, FCE, 2014). 


viernes, 22 de marzo de 2024

La casa del loco

 

Cristina Annino

 

Entro lentamente en la casa del loco;

no abro las persianas, no quito el polvo.

Llego a su cuarto que todavía duerme

en la mañana demasiado aire para ojos

de pálido doliente marrón. Miro

la nuca rígida y el cuerpo que no siente

siquiera el pijama. 

Me siento a su lado y le traigo el asfalto

limpiándolo del ruido, del olor del mes,

del peso de la gente.

Intento no abrumarlo con nada;

su cuerpo vacío es una habitación: sueños

soplan en pompas de viejo dolor.

¿Qué es la razón? Llego y me acuesto

al pie de su cama como a una planta

y entra dentro de mí, del loco, casi

cable eléctrico, una blanca, cansada,

atroz vitalidad.

 

La casa del folle

 

Entro piano nella casa del folle;

non apro le persiane, non tolgo la polvere.

 Arrivo ala sua camera che ancora dorme

 nel mattino troppa aria per occhi

 di dolente marrone pallido. Guardo

 la nuca rigida e il corpo che non sente

 neppure il pigiama.

 Mi siedo accanto e gli porto l'asfalto

 ripulendolo del rumore, da l'odore del mese,

 dal peso de la gente.

Cerco di non affollarlo di niente;

il suo corpo vuoto è una stanza: sogni

vi soffiano dentro bolle di vecchio dolore.

 La ragione cos'è? Arrivo qui e mi stendo

al piede del suo letto come a una pianta

ed entra dentro di me, dal folle, quasi

fune elettrica, una bianca, stanca

atroce vitalità.

 


Versión: Pedro Marqués de Armas